Comentario
Cómo el Almirante salió para Castilla, y halló la otra carabela con Pinzón
Viernes, al salir el sol, 4 de Enero, el Almirante desplegó las velas, con las barcas por la proa, hacia el Noroeste, para salir de aquellas peñas y bajos que había en la parte donde dejó el pueblo de cristianos, llamado, por él, Puerto de la Navidad, en memoria de que tal día había bajado a tierra, salvándose del peligro del mar, y dado principio a dicha población. Las mencionadas rocas y peñas duran desde el Cabo Santo al Cabo de la Sierpe, que hay seis leguas, y salen al mar más de tres leguas. Toda la costa hacia el Noroeste y Sureste es playa y tierra llana hasta cuatro leguas del interior, donde luego hay altos montes e infinitos pueblos, grandes, comparados a los de otras islas.
Después navegó hacia un alto monte, al que puso nombre de Monte Cristo, que está diez y ocho leguas al Este del Cabo Santo; de tal modo que, quien quiera ir a la villa de la Navidad, después que descubra Monte Cristo, que es redondo como un pabellón, y casi como un peñasco, debe entrarse en el mar dos leguas lejos de aquél, y navegar al Oeste hasta que halle el mencionado Cabo Santo; entonces quedará distante la villa de la Navidad, cinco leguas, y entrará por ciertos canales que hay entre los bajos que están delante. El Almirante juzgó conveniente mencionar estas señales para que se supiese dónde estuvo el primer pueblo y tierra de cristianos que se fundó en aquel mundo occidental.
Después que con vientos contrarios navegó más al Este de Monte Cristo, el domingo por la mañana, a 6 de Enero, desde la gavia del mástil vio un calatate la carabela Pinta, que con viento en popa venía caminando hacia el Oeste. Llegada que fue donde estaba el Almirante, Martín Alonso Pinzón, capitán de aquélla, subido presto a la carabela del Almirante, comenzó a fingir ciertos motivos y aducir algunas excusas de su alejamiento, diciendo que le había acontecido contra su voluntad y porque no pudo hacer otra cosa. El Almirante, aunque sabía bien lo contrario y la mala intención de aquel hombre, y se acordaba de la mucha insolencia que contra él se había tomado en muchas cosas de aquel viaje, sin embargo, disimuló con él, y todo lo soportó, por no deshacer el proyecto de su empresa, lo que fácilmente acontecería, porque la mayor parte de la gente que llevaba consigo, era de la patria de Martín Alonso, y aún muchos parientes de éste. La verdad es que, cuando se apartó del Almirante, que fue en la isla de Cuba, salió con propósito de ir a las islas de Babeque, porque los indios de su carabela le decían que allí había mucho oro. Llegado allí, y hallando lo contrario de lo que le habían dicho, se volvía a la Española, donde le habían afirmado otros indios que había mucho oro. En este viaje, que duró veinte días, no había caminado más de quince leguas al Este de la Navidad, hasta un riachuelo que el Almirante había llamado Río de Gracia; allí había estado Martín Alonso diez y seis días, y hallado mucho oro, lo que no pudo haber el Almirante en la Navidad, dando por ello cosas de poco valor; de cuyo oro, repartía la mitad entre la gente de su carabela para ganársela y tenerla conforme y contenta de que él, con título de capitán, se quedase con el resto, queriendo luego convencer al Almirante, de que nada sabía de ello.
Después, continuando el Almirante su camino, para surgir cerca de Monte Cristo, como el viento no le dejaba ir adelante, entró con la barca en un río que está al Suroeste del monte, y lleva en su arena gran muestra del oro menudo; por esto, lo llamó el Río del Oro. Hallase a diez y siete leguas de la Navidad, a la parte del Este, y es poco menor que el río Guadalquivir que pasa por Córdoba.